[CINE] Crítica «El tren de las 3.10»

Me gusta el western: me gustan los paisajes vacíos, en gran angular, con su cielo azul y su tierra marciana; los duelos al amanecer con un intercambio de planos cerrados de los ojos a las manos; los indios atacando diligencias o caravanas como si fuese una buena estrategia luchar con flechas y lanzas contra revólveres y rifles; los pueblos a medio construir con pocas casas pero con un salón para hacer trampas al poker y una cárcel cochambrosa de la que escapar… y tantos otros elementos que lo hacen un género clásico, aunque en desuso últimamente.

Con estos antecedentes, era inevitable que me pasase a ver en pantalla grande «El tren de las 3.10», con más ganas aún teniendo en cuenta quiénes son los actores principales (justo lo contrario que me pasó con «El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford» que veré en cuanto me reconcilie con su protagonista).

Y hasta aquí puedes leer si no la has visto, aunque puedes seguir si quieres que te cuente cómo acaba. 

El argumento no me importaba mucho antes de entrar: las variaciones argumentales de este género no son muchas y el honor siempre es lo más importante. En este caso, un ranchero escolta junto con su hijo y tres personas más a un asesino hacia la estación desde donde sale un tren directo a la cárcel.

Por el camino, dos caen muertos y a uno le detiene la cobardía. Pero el protagonista bueno sigue, por el dinero que ayudará a salvar a su familia pero también por ser un padre valiente frente su hijo mayor. En el Oeste, todo el mundo lo sabe, gana el más rápido y siendo cojo lo tiene difícil pero aún así no se amilana porque su honor depende de ello.

También por el camino, como es habitual sin importar el género, los opuestos se atraen y acaban siendo todo lo amigos que pueden ser un ranchero y un asesino. Tanto respeto acaba provocando el bueno, con su pensión malganada y su hijo enfermo, que al malo se le ablanda el corazón y, esquivando balas pero voluntariamente, va hacia la estación.

A pocos minutos para acabar y como es de esperar, alguien ha de morir. Hay tres candidatos: el malo, el bueno o su hijo. Tirando a lo dramático como en el fondo es cualquier western, pensé que sería el lado de los buenos quien sufriría bajas, y así fue, pero no imaginé que la banda del malo mordiese el polvo a manos de su jefe y después él subiese dócilmente de nuevo al vagón-prisión.

Si la cartelera estuviese llena de películas del Oeste es posible que «El tren de las 3.10» no destacase por encima de las otras. Pero como no es así y además ablanda corazones, ha conseguido que salga de la sala con la alegría de haber visto una buena película (lo que no es nada habitual últimamente).

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