En televisión, hay una delgada línea que diferencia lo profesional de lo personal. Y después de haber visto los dos primeros capítulos de «Anatomía de Grey», aún estoy más convencida de que el «salto mal llevado» de lo profesional a lo personal es lo que me hace dejar de ver una serie. Al menos aquí han empezado así, mezclándolo lo justo (veremos cuándo dura).
Las «series profesionales» muestran el trabajo diario de polícias, periodistas, médicos, bomberos, jueces… un montón de profesiones excitantes alejadas del teleoperador, administrativo, comercial o vendedor habitual en nuestro día a día laboral (¿quizá por eso «Tirando a dar» no pasó del segundo capítulo?).
Por eso cuando la trama profesional «se acaba», se recurre a lo personal para intentar retener al espectador con «trucos de otros géneros». La profesión pasa a un segundo plano y los personajes empiezan a verse «con otros ojos». Por ejemplo, de repente el protagonista no es un médico brutalmente honesto sino un enamorado que quiere recuperar a su exmujer y dos de sus pupilos se lían sin motivo aparente. ¿Es que ya no hay enfermedades raras que descubrir?
La tensión sexual puede ser un buen aliciente (inolvidable abejita en «Expediente X», por ejemplo) pero cuando lo emocionante de la serie es saber si se casarán o no los personajes, no estamos viendo una serie… ¡ya es una telenovela!
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